sábado, 18 de noviembre de 2017

Un estadista para Colombia


Humberto de La Calle es el Presidente que Colombia necesita. Su talante republicano, conciliador, liberal e igualitario; su probado sacrificio en el servicio a la patria; y su conciencia social, forjada en el fuego de la adversidad, lo acreditan como el mejor candidato entre todos los competidores. 

Su talante republicano es necesario en un país en el que los políticos están acostumbrados a creer que ellos y sus amigos están por encima de la ley y del interés publico, y en donde el Estado no existe para servir sino para ser saqueado.  

Su naturaleza conciliadora es indispensable en una Colombia infestada de odios irreconciliables, desconfianza profunda y temor de todos contra todos.  Pero conciliador no equivale a débil. De La Calle es todo menos pusilánime. 

Se requieren cojones muy bien puestos para enfrentar a los señores de las FARC durante 5 años, poniéndolos a raya frente a cada exceso, cuando aún estaban alzados en armas. También para asumir la responsabilidad política por las derrotas, con aplomo de estadista, cuando las circunstancias históricas así lo han exigido. 

Pero además De La Calle es un liberal en el más profundo sentido de la expresión. Cree que cada persona es un fin en sí mismo; que la dignidad humana es el pilar de los pueblos grandes; y que todos tenemos derecho a vivir nuestras vidas como queramos, mientras no vulneremos los derechos de los demás. 

Simultáneamente es un liberal que busca conciliar la idea de la libertad con la de igualdad; un hombre que no tolera la injusticia social y los privilegios de clase; una persona que cree que el hombre debe hacerse a pulso y libremente, pero que el punto de partida para enfrentarse a la vida debe ser equitativo. 

La economía de mercado no puede estar por encima del ser humano, debe servirlo. Y acá una aclaración, antes de que los sofistas de la política sigan inventando historias: si hay algo que De La Calle jamás permitiría sería el desarrollo de un modelo cleptocrático y corrupto hasta el tuétano, como el venezolano. 

Digámoslo con claridad. Venezuela es una dictadura de sangre y rapiña intolerable, que hace recordar las más oscuras profesías de Hayek en Caminos de Servidumbre: el socialismo extremo conduce inevitablemente al totalitarismo y la esclavitud. 

Nada más alejado de Humberto de La Calle que Chávez y Maduro. Quienes intentan asociarlos engañan al pueblo con una mezquindad malsana para el real debate de ideas que requiere una democracia robusta. 

Al contrario de lo que dicen sus antagonistas, De La Calle no debilita la democracia, la honra y enaltece; no traiciona su palabra ni sus ideales, es coherente e íntegro; no ignora los sufrimientos del pueblo, los ha compartido y los siente como propios; no maltrata  a nadie, es un líder positivo; y no ignora la historia, construye sobre ella para no repetir los errores del pasado. 

En una época en la que los estadistas escasean y en que la democracia ha degenerado en un abominable espectáculo de sofistas de peluquín o metralla, de gritos grandilocuentes y trinos falaces, Colombia no puede darse el lujo de dejar pasar la posibilidad de tener a un estadista como De La Calle en la Casa de Nariño. 

La democracia es mucho más que la victoria en las urnas, pero en esta coyuntura sin ella sus cimientos corren riesgo. Votemos por De La Calle el 19 de noviembre para proteger la democracia, blindar la paz de sus enemigos y consolidar un país en el que quepamos todos.